Raya o la Comunidad


Resulta por lo menos significativo que Raya y el último dragón, la primera película de los estudios Disney estrenada en cines después de la pandemia, incluya una protagonista que enmascara su rostro en un barbijo. Y lo es aún más el hecho de que tanto en el fondo como en la forma se trate de una clásica película post-apocalíptica, como evidencia la voz en off narrativa de Raya en la primer toma (con inmediatas reminiscencias de Mad Max, Dune y otras especies semejantes). Es más: se trata de una película de zombies, aunque no se vea a lo largo del filme ni un solo cadáver (como sí sucedía en la olvidada The Black Cauldron [El caldero mágico] de 1985). Subiendo la apuesta uno podría pensar que es la quintaesencia de toda película de zombies: lo que vemos, en lugar de muertos con los ojos en blanco, es la sustancia impura y destructiva que los constituye. Y si la pregunta originaria de todo relato post-apocalíptico (del Eternauta a The Walking Dead) es la posibilidad de conformación de una comunidad humana, en Raya este es el punto central de la trama.

El punto de conflicto de una comunidad tal es cómo se lograrían conciliar las voluntades individuales con la voluntad de la comunidad como un todo. Cómo se lograrían trascender las diferencias, puestas en primer plano a través del grupito heroico que lleva adelante la peripecia. No es extraño que la contracara sea la comunidad no-humana, extremadamente eficiente de Druuns, que carece de voluntades individuales al servicio del único objetivo de comer y reproducirse. No vemos cuerpos desmembrados, porque en definitiva Raya y su antagonista caminan por uno (los órganos del dragón que forman el reino de Kumandra). Si lo común (como diría Roberto Esposito) es aquello que no es propio, ninguna comunidad puede subsistir sino a costa de un don originario, aquello que entregamos a la comunidad, ese otro que no soy yo pero al que pertenezco. Raya malentiende completamente a Sisu (nosotros espectadores, también) cuando insiste en dar un regalo como modo de restaurar ese vínculo perdido y en ese sentido el filme es inobjetable: sin ese principio de confianza, sin un sacrificio originario, sin ese dar una parte de mi mismo, la comunidad no puede existir.

Lo que falta, sin embargo, es aquello que la mayoría de las películas de Disney omiten (con unas pocas honrosas excepciones, Lilo & Stitch, por ejemplo). La confianza no basta cuando impera la desigualdad. Al comienzo mismo de la película el padre explica a Raya que el resto de las tribus creen que su prosperidad depende de la Gema que guardan. Ella descarta ese pensamiento como una tontería. Momentos después Namaari, la futura antagonista, expresa ante la pregunta de Raya (¿arroz o guiso) que es la primera vez que come arroz en mucho tiempo. Los habitantes de Fang pasan hambre y es de creer que sea esta carencia la que mantiene a los pueblos en guerra constante. La aventura posterior se encarga de borrar este detalle. No hay comunidad posible en un sistema donde prevalece la injusticia de unos sobre otros. Ese sistema se llama hoy capitalismo, pero de eso sí que no se habla. Como explicaba con extrema claridad Boogie el aceitoso "Una de las principales causas de la violencia es que algunas personas quieren quitarles la comida a otras personas". El resto, como siempre, es literatura.