Dijo el oso:
- Se fue la guerra…
Y el valle amaneció desorientado
sin troncos de cadáveres humeantes,
ni madres angustiadas,
ni niños mutilados,
ni gangrenas,
ni oscuros vaticinios de profetas.
Y entonces la cigüeña:
- No está –dijo- he volado al sur y al norte y al ocaso,
no hay vestigios, ni vísceras, ni estatuas,
no hay rastros de guerreros insensatos,
ni brazos apuntando hacia algún lado,
no cruza el horizonte la luz de una batalla,
ni se rompen las lanzas al contacto de la carne,
ni las granadas entonan silbando su canción ronca,
ni los pastores lamen las heridas de sus cabras.
Todos callaron entonces y no hablaron,
ni siquiera
dijeron algo pertinente.
Y entonces cundió el pánico en el valle.
Porque nadie dijo nada
nadie podía quejarse de nada
nada había para decir.
Atónitos, mudos, comprendieron
que había llegado el silencio…
- Se fue la guerra…
Y el valle amaneció desorientado
sin troncos de cadáveres humeantes,
ni madres angustiadas,
ni niños mutilados,
ni gangrenas,
ni oscuros vaticinios de profetas.
Y entonces la cigüeña:
- No está –dijo- he volado al sur y al norte y al ocaso,
no hay vestigios, ni vísceras, ni estatuas,
no hay rastros de guerreros insensatos,
ni brazos apuntando hacia algún lado,
no cruza el horizonte la luz de una batalla,
ni se rompen las lanzas al contacto de la carne,
ni las granadas entonan silbando su canción ronca,
ni los pastores lamen las heridas de sus cabras.
Todos callaron entonces y no hablaron,
ni siquiera
dijeron algo pertinente.
Y entonces cundió el pánico en el valle.
Porque nadie dijo nada
nadie podía quejarse de nada
nada había para decir.
Atónitos, mudos, comprendieron
que había llegado el silencio…