El Nestornauta era solo una de las tres o cuatro imágenes promocionales del encuentro de la Juventud Peronista en el estadio Luna Park, el 14 de agosto de 2010, en ocasión de los 1000 días de Cristina Fernández en la presidencia y en un momento de crisis del movimiento. El kirchnerismo, y más particularmente Néstor Kirchner, había perdido las elecciones legislativas del año 2009. La llamada crisis del campo, de 2008, había opuesto al gobierno a los sectores más tradicionalmente conservadores, inaugurando así su enfrentamiento contra los medios de comunicación hegemónicos, más particularmente contra el monopolio mediático representado por el Diario Clarín, Canal 13 y todas sus empresas subsidiarias. En el trasfondo se encontraba la promulgación de una Ley de Medios cuya sanción en 2009 nunca llegaría a ser acatada por la megaempresa (y que sería luego barrida de un plumazo a los pocos días de la asunción del presidente Mauricio Macri, al cual dicho medio había ostensiblemente apoyado).
Aquél primer afiche cuya imagen central se tornaría viral luego de la muerte del ex-presidente, ponía en escena una metáfora que era más bien un malentendido, como se ha intentado demostrar, por el cual la nevada mortal y la invasión extraterrestre podían leerse como una figura, casi una alegoría, de la violencia política de los años sesenta y setenta. Principalmente, la intención de volver a activar dicha memoria histórica vinculando al kirchnerismo con los movimientos de aquellos años colocando, por el mismo gesto, a los enemigos del movimiento (a los enemigos, particularmente, de la presidenta) en el lugar de los invasores: el otro, el que amenaza, ellos, los Ellos, contra los cuales el ex-presidente, como decía el afiche, “bancando a Cristina”, avanzaba.
Un dato más, sin embargo, es necesario tener en cuenta a la hora de comprender profundamente esa imagen. El borramiento del fusil que Favalli había dado a Juan Salvo con el objeto de protegerse de potenciales amenazas, en aquella primera excursión al exterior de la casa. Este detalle dotaba de un sentido nuevo al relato. La nevada mortal, los enemigos, eran los mismos. Pero las armas eran otras. Una vez más parecía volver a actualizarse aquella concepción de la historia por la cual pasado y presente se fundían en un solo relato circular cuyos episodios eran meras repeticiones de un mismo acontecimiento. Tenía sentido, dado que ambos mandatarios se encontraban asociados a aquella Juventud Peronista que en su momento había explotado las posibilidades de una concepción semejante como modo de legitimación del movimiento al que pertenecían. Existía, sin embargo, una sutil diferencia, dado que el peronismo también era otro. Pues si prestamos atención al marco general del afiche que acompañaba a la figura del Nestornauta, descubrimos que lejos de la solemnidad característica de las historietas que se publicaban en El Descamisado, lejos del tratamiento habitual que se había dado, desde siempre, a las figuras arquetípicas de Perón y Eva, la viñeta que le hacía de fondo, la elección de los colores, la tipografía juguetona y estereotípica de los comics de superhéroes, incluso el recurso retórico de articular la frase en forma palindrómica [“Néstor le habla a la Juventud le habla a Néstor”] con el marcador referencial “LA JUVENTUD” ocupando el centro de la escena, el uso del voseo imperativo [“vienen todos, convocá”] nos habla de un distanciamiento cínico del todo ausente en la imaginería que había acompañado al movimiento desde siempre.
El gesto que llevó a las juventudes militantes a asimilar al presidente con un héroe de historieta podía parecer semejante al que se había empleado durante los primeros años del peronismo a glorificar las imágenes de Perón y Eva. Pero era sustancialmente diferente. En principio porque la utilización de un personaje de historieta quedaba fuera de las condiciones de posibilidad del primer y el segundo peronismo. Históricamente, la historieta, en forma de caricatura o bien en su vertiente didáctica seria, había alojado figuras de la política solo como burla y sátira o bien como proceso de canonización de estampas históricas del pasado. Nunca como un guiño lúdico a sus seguidores de ese entonces. La recuperación de la imaginería más mística del movimiento peronista se daba entonces a través de un sugestivo descreimiento de las imágenes a las que rendía culto. Asociado a los sectores más populares, tradicionalmente enemistado con las esferas de la alta cultura cuyos miembros más prominentes (el escritor argentino Jorge Luis Borges, por ejemplo) solían ser decididamente antiperonistas, el nuevo peronismo rescataba del olvido algunos de sus símbolos más emblemáticos que se resignificaban ahora como objetos de arte pop (de ello dan cuenta las siglas Nac & Pop [nacional y popular] aplicado al movimiento cultural más decididamente asociado al kirchnerismo). Es este distanciamiento cínico el que permitió no sólo el surgimiento de figuras como la del Nestornauta sino también el éxito de un personaje televisivo como el de Bombita Rodríguez “el Palito Ortega montonero”, del humorista argentino Diego Capusotto. Y todo parece indicar que fue solo a través de una estrategia semejante que el peronismo logró volver a instalar una estética que había perdido completamente luego de la debacle provocada por las desastrosas políticas neoliberales del menemismo.
Dicho distanciamiento cínico conllevaba un doble efecto, que era el propio de todo discurso cómico. Lo cómico toma siempre sus materiales de un terreno ideológico común que comparte con su público, “un acuerdo ideológico básico” (Steimberg, 1977). Se produce entonces un “efecto de reconocimiento” que instaura una complicidad entre autor y lector. Este efecto de reconocimiento, que constituye uno de los aspectos esenciales de todo efecto ideológico (Verón, 2004: 106), conlleva un doble resultado: el de la inclusión del lector que pasa a formar parte del universo cultural del productor y se hace así “cómplice”; y el de la exclusión de quienes no poseen el conocimiento previo necesario. Es decir, para todos aquellos que comulgaban y conocían el universo doctrinal del peronismo, se hacía evidente el chiste subyacente en la imagen del Nestornauta. La superposición, por ejemplo, de la sonrisa de Néstor con la arquetípica sonrisa de Perón (otro tema explotado por Diego Capusotto en la canción de Bombita Rodríguez “la sonrisa de mamá es como la de Perón”).
Pero además, y esto es lo más interesante, para todo lector no familiarizado con el código, el efecto de reconocimiento subsiste. El lector o espectador de un chiste puede reponer un presupuesto ideológico que desconoce a partir del chiste mismo. O, para decirlo con palabras de Umberto Eco: si lo cómico viola una regla implícita, aún el lector o espectador no familiarizado con esa regla, puede recomponerla a partir del chiste (Eco 1986). Lo cual quiere decir que lo cómico no sólo crearía el objeto del cual se burla, sino que además, por oposición, nos indica qué es lo serio, qué es lo normal, cuál es la regla de la cual nos estamos escapando. Para el caso que nos ocupa, implicaría redescubrir una estética desconocida a partir de la parodia y transformación de dicha estética. Por ejemplo, para todos aquellos jóvenes que nunca habían leído El Eternauta, que lo desconocían todo sobre Oesterheld y, mucho más importante, que no compartían el arsenal de imágenes características del peronismo histórico ni la doctrina de la heroicidad y la épica a la que tradicionalmente había adherido.
Este segundo efecto tenía, sin embargo, sus límites, que era la percepción de una cierta incongruencia, por parte del campo adversario o simplemente por parte de aquellos que creían que El Eternauta (o por caso el peronismo) eran otra cosa. Así por ejemplo Guillermo Saccomanno, uno de los principales impulsores de la canonización de la historieta, quien en una nota publicada en el periódico Página/12 declaraba “si algo encarnaba El Eternauta como serie era precisamente la destrucción del héroe en su concepción individual y romántica. Quienes hoy rondamos los sesenta años, casi la edad de Juan Salvo, sabemos de los riesgos de la construcción elitista del héroe como aventurero político” (2011). Otra de las voces contrarias fue la de Alejandro Scutti, director de la Editorial Récord: Están tergiversando el personaje, lo están politizando de alguna manera, es un plagio […] Quieren poner a Kirchner como un héroe y mantenerlo en el tiempo. Como fue Perón en su momento […] Nosotros somos los únicos titulares de los derechos de El Eternauta; molesta que nadie busque al titular pertinente de los derechos para hacer lo que hacen (La Nación, 10/10/2011). Más sorprendente quizás es el enojo del sociólogo Marcos Novaro, autor de una Historia de la Argentina 1955-2010, que decide negar toda similitud entre el personaje ficticio y el líder político, para lo cual, debe tomarse en serio al personaje ficticio, creer en su estatus de realidad: “Un tipo que nunca corrió riesgos […] que nunca se destacó por su audacia. Y por lo tanto nunca pagó costos personales […] fue el prototipo del político que no corre riesgos; del Eternauta no tiene nada” (Citado en Francescutti 2015: 38). En el campo contrario, José Pablo Feinmann publicó una nota en el diario Página/12 donde reivindicaba la figura del Nestornauta frente a los embates de Mauricio Macri que, como reacción, había decidido prohibir la distribución de la historieta en las escuelas de la ciudad de Buenos Aires. También Lautaro Ortiz, secretario entonces de redacción de la revista Fierro, defendió el uso de la figura del Nestornauta “Al tomar a El Eternauta, el kirchnerismo salió a proponer una lectura que, en realidad, no dista en nada de la que se propuso el mismo Oesterheld y de la que hicieron estudiosos de esa obra: la amistad, la lucha en conjunto, la misión colectiva, el destino de las sociedades, las propias fuerzas ante el enemigo” (Citado en Francescutti 2015: 38).
Todas estas manifestaciones requerían una actitud técnica de base: tomarse en serio al Nestornauta. Actitud que no se correspondía, como hemos visto, con lo que un análisis en producción puede determinar sobre su primer origen. Para aquellas juventudes militantes que asistieron al Luna Park el 14 de septiembre de 2010, la broma era evidente. Pocos meses después, sin embargo, Néstor Kirchner fallecía repentinamente en su casa de El Calafate. La muerte del presidente dotó al Nestornauta de una seriedad de la que estaba exenta el personaje inicial. Se había transformado en un símbolo de mucho más. Implicó también el final del distanciamiento cínico que había caracterizado la recuperación del imaginario peronista para las nuevas generaciones. De allí que las polémicas que se siguieron no pudieran recuperar para si mismas el gesto cómico que había caracterizado su primera aparición. La seriedad de las diatribas respondía al proceso de canonización de la figura del mandatario o a su resistencia. El brusco choque con lo real de la muerte disipó el efecto irrisorio y dio nueva vida a las imágenes del movimiento. Para muchos jóvenes universitarios (incluido el autor de estas líneas) fue un salir del closet respecto de su posicionamiento ante el gobierno de turno. Ahora estaba bien ser kirchnerista. Podía decirse en voz alta. Para bien o para mal, para amigos y para enemigos, el Nestornauta había pasado a la inmortalidad. Leer más*
* Extracto de "The Nestornaut or How a President Becomes a Comic Superhero" en Comics Beyond The Page in Latin America, Scorer, James (coord.), University of Manchester, 2020.